lunes, 22 de abril de 2013

Discursos racistas: ¡quítales el disfraz!

Los grupos políticos racistas en Europa utilizan el marketing para presentarse como partidos “demócratas modernos”. Aprovechan la crisis para contraponer en su mensaje el bienestar de su población al de la población inmigrante.


La xenofobia reaparece en Francia con el nacimiento de un nuevo movimiento social. En octubre de 2010 miles de ciudadanos tomaron las calles de París con la bandera del movimiento anti-gentuza (anti-racaille, en francés). Los manifestantes, en su mayoría jóvenes de extrema derecha descontentos con el actual sistema político, portaban pancartas y rezaban consignas contra “inmigrantes pobres, negros y musulmanes”. Según los asistentes, la gentuza es la que reside en los suburbios de las principales urbes del país.
La creación de este movimiento y su posterior crecimiento ensombrecen la posibilidad de una convivencia pacífica en la sociedad francesa con las minorías culturales. La extrema derecha gala, representada en los anteriores comicios presidenciales por el Frente Nacional (FN) de Le Pen, parecía herida de gravedad. Jean-Marie Le Pen, quién llegó a enfrentarse al ex presidente Chirac en segunda vuelta de las presidenciales de 2002, fue castigado en las urnas en 2007 por el electorado. La extrema derecha, por lo menos la oficial, se convirtió en la cuarta fuerza de la República. El programa del FN, basado en la gran limitación de la inmigración, proteccionismo, paro de la construcción de mezquitas y el restablecimiento de la pena de muerte, no cuajó en los ciudadanos.
Tres años después, y con un Frente Nacional liderado por Marine Le Pen, hija de Jean-Marie, y preocupado por adoptar un lenguaje menos racista, la extrema derecha se viste de movimiento ciudadano. Tras el batacazo político, el sector más racista de la sociedad francesa se manifiesta en las calles.
El movimiento toma como enemigos a tres minorías características de las zonas más pobres de las ciudades. En primer lugar los inmigrantes con menos recursos, a los que se responsabiliza de los males de la sociedad francesa, sin analizar por qué la mayoría acaban malviviendo en los extrarradios de las ciudades. En segundo lugar, y desde los disturbios violentos en los suburbios parisinos de 2005, la población negra, en su mayoría francesa y cansada de vivir en guetos y bajo un férreo control policial. Por último, la población musulmana, procedente en su mayoría de antiguas colonias francesas en África, que ve su reputación por los suelos por el miedo social a un ataque terrorista. La falacia empleada por los grupos de presión xenófobos de que los musulmanes quieren imponer su fe en Europa mediante la ‘yihad’ fomenta la islamofobia en Francia y en el resto de Occidente.
Pero no siempre ser inmigrante, negro y musulmán ha estado mal visto en Francia. En 1998, hace poco más de una década, millones de franceses acudieron en masa a los Campos Elíseos tras la consecución del Mundial de Fútbol por parte de su selección nacional. Zinedine Zidane, hijo de inmigrantes argelinos, Lilian Thuram, negro y emigrante de la isla de Guadalupe, y Youri Djorkaeff, de procedencia Armenia, entre otros futbolistas de diferentes orígenes, vistieron la camiseta de Francia en ese campeonato y crearon la imagen de una Francia intercultural. En estos casos la hipocresía sale a relucir: ni Zidane, ni Thuram, ni Djorkaeff son pobres ni viven en los suburbios de París o Lyon.
El incremento de voces contrarias a las minorías residentes en los distritos de bajos ingresos podría ser una consecuencia directa de la crisis económica actual. Como ya ocurrió después del Crack del ‘29, las sociedades europeas caen en la trampa del proteccionismo y del miedo a lo “extranjero”. La sociedad, en vez de buscar culpables en la cúpula del sistema financiero mundial, señala a los suburbios habitados por inmigrantes. Falacias como “vienen aquí por nuestros puestos de trabajo” abundan cuando la economía está desplomada. En este caso, parte de la ciudadanía francesa ha calificado a los inmigrantes pobres, a los negros y a los musulmanes como gentuza. El deber de una sociedad justa y democrática es revertir la situación y señalar como gentuza a quienes son incapaces de respetar las diferencias, acoger y convivir en paz.
Artículo publicado en www.canalsolidario.org de Miguel Ángel Sánchez López, periodista y miembro del Centro de Colaboraciones Solidarias.


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